jueves, 3 de abril de 2014

PRAU MANOLO

Aquel “prau MANOLO” que fue la alfombra verde donde pisamos permanentemente los años de nuestra niñez, permitiendo forjarnos ilusiones y soñar con llegar a ser un Solabarrieta, un Pocholo, un Paquito o un Sanchez Lage, que nos encandilaban cuando nuestros padres nos llevaban alguna vez a EL MOLINON o al CARLOS TARTIERE.
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Aquel “prau Manolo” donde las tardes de verano transcurrían de forma plácida sin dar tregua a una merienda reposada. El bocadillo de mejillones en escabeche se comía, mientras se corría detrás del balón con el objetivo de meter un nuevo gol a quien le tocaba el turno de estar en la portería, señalada por dos piedras en el suelo.
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Aquel “prau Manolo” en el que nuestras madres y vecinas extendían su colada, para que el “verdín” y los rayos del sol actuasen como eficaces quitamanchas de la ropa básicamente blanca. Y que nosotros, ajenos a esa natural forma de secar sábanas y toallas, pisábamos y llenábamos de barro cuantas veces el balón se escapaba hacia esos rincones ocupados, obteniendo merecidas reprimendas e incluso maldiciones cuando las mujeres iban a recoger lo que antes habían colocado cuidadosamente sobre la hierba y comprobaban que el barro invadía la tela como si se hubiese usado de felpudo.
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Aquel “prau Manolo” en el que existía una chabola y un tenderete donde Manolo guardaba los aperos de la huerta que cultivaba allí al fondo, cerca de las vías de la Renfe. Y además había una tená en el “primer piso” donde dormía Cesar “el llocu” al que tantas faenas le hicimos asustándole con piedras cuando él estaba dentro. O quitándole la escalera de madera portátil que le servía para subir y para bajar a su “vivienda”, faena que le produjo serios disgustos y quejas a nuestros padres. Poco tiempo después, la chabola fue lugar donde se resguardaba EL MORO (ver foto, a la izquierda), hermoso, elegante y señorial caballo propiedad de ESTEBAN, que ejercía muy a menudo sus excelentes dotes de semental, copulando con yegüas que le traían sus dueños desde diversos puntos de la Cuenca y otras zonas más lejanas, para perpetuar sus genes.
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Aquel “prau Manolo” que sintió su triste decadencia cuando se proyectó sustituir su hierba por asfalto; sus árboles por casas prefabricadas y su tierra, atravesada por franjas rellenas de hormigón. En esas casas Santa Ana recibió a cientos de vecinos procedentes de San Antonio (Ciaño), La Joécara, El Serrallo y Barredos (posiblemente alguno más que no recuerdo) que vinieron a formar parte de nuestra comunidad mientras se rehabilitaban las viviendas que ocupaban en esos lugares antedichos.
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El “prau Manolo” dejó de existir y con él se fueron momentos, juegos y emociones que ya solo tienen cobijo en nuestros recuerdos.
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J. Aurelio (25/02/14)

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